CIRILO JANKO, BRUJO PACTADO CON EL DIABLO

Por Wilmer Urrelo Zárate

Wilmer Urrelo Zárate (1975, La Paz, Bolivia) es autor de Mundo negro (2000; Premio Nacional de Primera Novela de editorial Nuevo Milenio, traducida en 2008 al italiano por Edizione Estemporanee). Ganó el IX Premio Nacional de Novela de Bolivia con Fantasmas asesinos (Alfaguara, 2006; editorial 3600, 2016). En 2011 publicó Hablar con los perros (Alfaguara; El Cuervo, 2018), con el que ganó el Premio de Literatura Anna Seghers 2012, concedido por la fundación Anna Seghers de Berlín, Alemania. Con editorial El Cuervo publicó, además, el libro de relatos Todo el mundo cumple sus sueños menos yo (2015) y en 2017 las crónicas El Chicuelo dice.

Un día saltó a la tierra como un suspiro. 

Su consultorio era chiquilín, tenía una cama donde se sentaba para atender a los clientes. En las paredes había afiches de tomas aéreas de la ciudad de El Alto e imágenes del Apóstol Santiago sobre su caballo blanco. 

También había un montón de clavos enterrados en las paredes de adobe y de ahí colgaban bolsas de plástico que contenían sus brujerías.

Sus brujerías como fetos de llama, como uñas de muerto, brujerías como lanas de todos los colores o tierra del Cementerio General, brujerías como velas negras y rojas.

Lo conocí cuando yo era más joven, mucho más joven. Y cuando gozaba de toda la salud del mundo. Lo conocí cuando un día le di paso en el minibús para que se sentara al lado de la ventana. 

Su nombre era Cirilo Janko, y era oscuro como las barrancas esas que había en el Kenko, era de este tamaño, su familia era de Achacachi, a veces llevaba poncho y tenía las manos nudosas y fuertes, y también era maléfico y su risa daba miedo y cuando hablé con él por primera vez me predijo el futuro con solo verme a los ojos. 

Vas a estar caminado así hasta los treinta y seis años. Después te vas a enfermar y caminarás con un bastón y después no caminarás y te morirás. 

  Yo pensé un loquito. Un borracho.

Sin embargo, años después, cuando ya caminaba con un bastón, me lo crucé en el Mercado Lanza, mientras buscaba libros usados y al verme me dijo: 

Ahí está, ¿ahora me crees o sigues pensando este viejo borracho que burreras está hablando?

Me regaló su tarjeta, que decía “Cirilo Janko, maestro de lo oculto. El único pactado con el diablo”. Y me acostumbré a visitarlo para charlar sobre su vida y me acostumbré a visitarlo porque yo quería vanamente que me enseñara a hacer brujerías.

Cuando hablaba con él siempre me explicaba: 

De chiquito había un señor que vez que me veía en la calle me decía vos te llamas tal cosa, tu papá ha muerto en la guerra del Chaco, tu mamá vende comida en la Buenos Aires, tu hermana se llama Eugenia, pero todo el mundo le dice la Chullpa porque de chica una señora le ha echado agua hirviendo en su cara.

Cuando yo le preguntaba ¿dónde ha aprendido a hacer sus brujerías, don Cirilo?, él recurría a esta explicación: 

Si quieres arruinar a tu enemigo traé su foto o su pañuelo o sus medias. Traé su nombre escrito en un papel blanco y traé la dirección de su domicilio.

Si quieres que le salgan verrugas como sapo y que ningún médico pueda curarle entonces traé un mechón de su cabello. Si quieres que le den pesadillas y que se seque como un palo, entonces tienes que traer su zapato izquierdo. Si quieres que tu bronca nunca más le pueda a una mujer, entonces buscá un gato, traé aquí y yo voy a rezar y después le machucas su cabeza y tu enemigo va a estar arruinado toda la vida.

Y cuando le rogaba ¿por qué no me enseña a hacer esas brujerías, don?, entonces Cirilo Janko se reía y esa risa era como cien ríos furiosos arrastrando piedras y barro y gente muerta. 

Eso no se aprende así no más, me decía. 

Y entonces volvía a contarme de ese señor que vez que lo pillaba en la calle yendo a buscar a su mamá a su puesto en la Buenos Aires o yendo a la escuela o yendo hacia el río Orkojahuira a mataperrear, cuando eso pasaba, me decía, el señor le jalaba de una oreja y así lo llevaba hasta las gradas de una canchita que ahora ya no existía y ahí le decía:

Vos en vano estás escapándote de tu destino. ¿No has visto cómo hay gente que nace para abogado o para ingeniero o para ladrón? Vos has nacido para hacer brujerías. Y cuando Cirilo Janko explicaba, pero yo quiero estudiar o trabajar en una tienda y traer plata a mi casa, entonces, cuando decía eso, el señor le daba un cocacho y después para qué vas a estudiar, para qué si mirá tu destino, sonso. 

Entonces le jalaba de la mano y señalaba con el dedo una montaña, un gigante llorando, un montón de nubes, unos chiwanquitos volando, y después: aquí estás vos, este caminito medio chueco eres vos y esta estrella es tu destino. Así que no hables huevadas.

Y cuando yo le preguntaba ¿entonces usted cómo ha aprendido, don? Si eso pasaba, Cirilo Janko se ensombrecía, como una pared nocturna llena de musgos, sacaba un pañuelo y hacía cuatro nudos en sus esquinas, lo tiraba al suelo y lo señalaba: el destino es así, por más que quieras salirte no puedes. Así es hacer pacto con el diablo, no puedes romper el contrato cuando te dé la gana.

Y entonces me decía vez que ese señor me encontraba en la calle me daba un patadón, ¿por qué quieres sigues soñando con ser tal cosa o tal otra? Y yo porque no quiero acabar de vendedora como mi mamá y entonces el señor ¡ay, carajo que no entiendes nada!, y le daba un ultimátum: o dejas que las brujerías nazcan de tu corazón o dejas que el diablo te deje pasar a su domicilio o yo mismo voy a matar a palos a la Chullpa y a tu mamá le voy a quemar su puesto de comida. Estás advertido, so mierda.

Y lo citó al día siguiente. Y desde ese día siguiente ese señor lo agarró de su pupilo y le enseñó los misterios del corazón humano, las horribles profundidades de la gente, la envidia y el dolor y las pocas veces que el amor triunfa. También le enseñó a hacer brujerías con margaritas, claveles, dátiles y le enseñó a hacer mal de ojo haciendo cocer una plantita llamada itapallo. También le enseñó a arruinarle la vida a la gente que uno odia y un día le preguntó a quién odias más que a nadie en el mundo, Cirilo, y Cirilo Janko a la señora que le ha echado agua hirviendo a mi hermana. Entonces le dijo escribí su nombre en esta hoja de cuaderno y Cirilo Janko lo hizo y después de un rato el señor se comió el papel y escupió al cielo y sonrío y le dijo ya está, al rato se le va a aparecer un sapito y el sapito le ordenará matá a tu wawa, Flora. Yo te ordeno, yo me hago responsable si las autoridades te dicen algo.

Y efectivamente: al día siguiente salió en la tele, madre desnaturalizada mata a su hijo ahogándola en una olla con agua hirviendo. Y después apareció la señora Flora riendo como loca y decía un sapito me ha ordenado, yo no quería.

Lo conocí hace más de veinte años. A Cirilo Janko. Un brujo que decía estar pactado con el diablo.

Un día dejé de verlo. Tal vez se murió. O tal vez se convirtió en un chiwanco y ahora vuela por los cielos de esta ciudad mientras predice el oscuro futuro de la gente.