DESGLOBALIZACIÓN Y GEOGLOBALIZACIÓN. PERSPECTIVAS DESDE LATINOAMÉRICA

Por Matías Slodky

Pasados los primeros años de la década del ‘70, el contexto internacional tuvo giros importantes: la caída del acuerdo de Bretton Woods, el derrumbe del orden económico de post guerra, desapareció la convertibilidad dólar oro, el dinero simplemente pasó a ser una tasa de interés y un material fiduciario de la especulación financiera. Las tasas de interés se desregularon, como también la posibilidad devaluatoria, un cambio acompañado por una enorme cantidad de bancos privados y de inversión, templados hasta ese momento de su estimulo animal especulativo, que llenaron el estómago de los estados a través de deuda privada de forma irrestricta, sin ningún control, recordando el reciclaje de los petrodólares depositados en los grandes bancos globales, para utilizarlos vía préstamos a los países del Tercer Mundo.

El laissez faire volvió a conseguir su hegemonía y, a su vez, los intelectuales y militantes de este modelo, recluidos a la lobreguez durante las décadas pasadas, pasaron a ser la cara “novedosa” en el ámbito académico y social. A partir de los 80, el reaganismo y el “There is no alternative” de la Dama de Hierro, junto con la crisis de la URSS y su posterior caída, dieron pie a larga época neoliberal como única respuesta posible

Este modelo, que fungió la labor de ordenamiento del sistema internacional, ha sido ostentando como un supuesto programa científico de conocimiento, convertido con el tiempo en un programa político de acción, donde se busca crear un inmenso trabajo político que pretende instituir las condiciones de realización y de funcionamiento de la “teoría”, es decir, la encarnación de un Estado Neoliberal que permita imponer las bases de su funcionamiento.

El avance del neoliberalismo y su gen en la globalización financiera, comunicacional y productiva, ha sometido a la mayoría de los frentes nacionales de los países donde se ha consolidado, en un periodo crucial caracterizado por el retroceso de los movimientos sociales, luego de la ola de levantamientos a fines de la década del ‘60. La derrota estratégica de estos frentes y la conversión de los partidos socialdemócratas, que habían edificado los famosos estados de bienestar y ahora pasaron a ser los mejores alumnos del capital financiero y de las reformas neoliberales, ejemplifican lo enunciado.

A esto hay que agregar el cambio en la correlación de fuerzas que auspicia este modelo, donde las elites económicas y sociales avanzan sobre cualquier intento de desafío a su poder. El orden global auspiciado se coronó en el Consenso de Washington en 1992, declamando y vigorizando el fin de la historia y la ausencia de un contrapunto a la hegemonía norteamericana.

Sin embargo, el periodo neoliberal y de globalización ha incurrido en una situación anacrónica bastante notoria en los últimos años. El daño ocasionado en los distintos sectores de la sociedad y en las identidades colectivas debido al continuo culto del individualismo ha generado respuestas de diversa índole que demuestran un periodo de desglobalización junto con una vasta crisis de este modelo.  

La respuesta ante la crisis de la globalización se ha visto de forma muy preponderante en distintos movimientos que han incursionado en denuncia contra la globalización: en el caso europeo, en forma de “populismos de derecha”; en el caso estadounidense, con Donald Trump como respuesta a la lenta agonía de la hegemonía de EE.UU. y sus zonas de influencia a manos de una potencia consolidada como China e incluso de Rusia, por detrás.

A su vez, la pandemia del COVID-19 ha sido un poderoso acelerador de tendencias en el proceso desglobalizador. La globalización ha sido un veneno letal que demostró la dependencia de los países hacia las zonas donde las elites financieras han deslocalizado sus productos para producir a un menor costo, mientras los organismos multilaterales quedan obsoletos ante un continuo retroceso del comercio internacional y cercamientos de fronteras. No obstante, es central identificar el sentido en que gira este ordenamiento mundial en disputa con grandes posibilidades de cavilar hipótesis de conflictos.

El caso latinoamericano es realmente notorio para diagramarlo: el gobierno de Trump busca coaptar áreas de geoinfluencia estratégicas que limiten la expansión del gigante asiático, pues se entrevé en su discursiva que la globalización ha permitido a China poseer tal status y poderío global, de modo que la guerra comercial, financiera y tecnológica de los últimos años no ha sido solo porque queda bonito en Twitter. En este sentido, los tratados encarnados entre Estados Unidos y Brasil son cruciales en el avance en la región, con el objetivo de incorporar la industria de Defensa brasileña al inmenso complejo militar industrial norteamericano mediante una inversión de casi 100.000 millones de dólares, entre capacitación militar, equipamiento y bases militares en el país. 

Por otro lado, la contracara de este punto son los acuerdos militares, comerciales y tecnológicos materializados por Venezuela con Irán y China, proceso que reluce la capacidad militar venezolana a niveles sorprendentes, más aún, cuando se recrudecen las tensiones entre las fronteras de Venezuela y Brasil. Perfilando un escenario bélico con influencias e intereses extranjeros como algo no tan descabellado. 

Sin contar la intención ya manifestada de China en los últimos años de fomentar su geoglobalizacion en su región, en el proceso de reencarnar la vieja ruta de la ceda con los países de Medio Oriente hasta llegar a Rusia. En este proceso, China observa una posible vinculación de nuestra región a ese gigantesco mercado que la verificaría como una continua amenaza al avance de Estados Unidos en la región. No olvidemos que el principal socio comercial de Argentina ha dejado de ser Brasil y ahora es China (proceso que intenta profundizarse con acuerdos de exportación ganadera). Paradójicamente, lo mismo le ha sucedido a Brasil, a pesar de sus grandes acuerdos con Trump.

El proceso de la desglobalizacion hacia un periodo de geoglobalización parece indicar una directriz que incide directamente en la región y lastima al orden neoliberal. Incluso el Reino Unido, en su salida de la Unión Europea, ya se ha puesto en dirección de cerrar tratados económicos con el gobierno norteamericano, pero principalmente con sus ex colonias que conforman el “Commonwealth”, aspirando a ganar terreno global.  

El orden multilateral o, mejor dicho, de la globalización neoliberal se haya en crisis, pero, a la luz de los hechos, el proceso que se encarna no promete mejores perspectivas. Por el contrario, el crecimiento en las hipótesis de conflictos y un proceso de geoglobalización auspician un escenario en disputa que no descarta el asiduo papel de la oligarquía financiera internacional acoplándose a estos terrenos.