Por Yacaré Lapaceño
Hace unas semanas teníamos agendada una reunión de la Revista De Frente. Luis, el director, suele ser muy puntual. Por responsabilidad y un poco también por una ansiedad que lo tiene siempre enérgico. Pero ese día, raramente, ya habían pasado casi 20 minutos del horario establecido para el comienzo de la reunión y él aún no se hacía presente.
Sorprendidos por su tardanza, le enviamos un mensaje para preguntarle si pasaba algo, y a los pocos minutos ahí estaba. Pero no estaba como casi siempre: enérgico y acelerado. Estaba conmovido.
Entonces se disculpó por su tardanza y nos dijo que acababa de terminar de hablar con Sofía, la nieta de una compañera. Pero no era cualquier nieta y no era cualquier compañera.
Acababa de tener contacto por primera vez con la nieta de una compañera secuestrada y asesinada en la dictadura a la que él le había “puesto nombre”. Así se refiere Luis a una tarea que, desde la vuelta de la democracia, se realiza para organizar los archivos de los compañeros secuestrados y asesinados y que consiste en que algunas personas aporten fotos de las víctimas del terrorismo de Estado y otras les pongan nombre a esas fotos.
Para los más jóvenes hay que contextualizar esto último. Sí, cuando volvió la democracia hubo que empezar a reconstruir identidades para saber que tal persona, con ese rostro y ese nombre, había sido asesinada. Como la militancia en los años 60 y 70 era tan peligrosa, a muchos militantes sus compañeros no los conocían por sus nombres verdaderos (recaudo que se tenía para no mencionar nombres reales en medio de las infernales torturas), sino por sus “nombres de guerra”.
Entonces, al volver la democracia, algunas personas podían haber sido testigos del secuestro o la muerte de una persona, reconocer su cara, incluso aportar alguna foto si por milagro la tenía, y a otros compañeros se les mostraba las fotos para saber si conocían los verdaderos nombres de las personas retratadas.
En esa estremecedora circunstancia fue que Luis les puso nombre a muchos compañeros asesinados. Entre esos compañeros, estaba la abuela de la nieta que ahora lo había buscado.
Fue muy movilizante lo que le expresó la nieta de esa compañera. Dijo que ella sentía la necesidad de saber de su abuela “desaparecida”, pero que su familia está muy alejada de la política. Y buscando dónde militar se encontró —por esas vueltas del destino— con Luis, el amigo de su abuela que le devolvió el nombre a su foto, que en definitiva es una manera de reconocer su existencia, reconocer su vida.
Si bien esta historia trata sobre tragedias, sobre la inconmensurable e infinita tragedia que fue el terrorismo de Estado, lo cierto es que la historia de Luis (ex monto, Columna Norte) encierra una luz de esperanza.
Quisieron callarnos. Quisieron aniquilarnos. Pero como semillas en el puño de un muerto enterrado, la esperanza revive con las nuevas generaciones que despiertan a la militancia, al deseo de construir un mundo mejor.
Mataron a su abuela, pero no su legado. Esa nieta hoy es el florecer militante de los puños de esa abuela que no está “desaparecida”, está en todas partes.
¡Hasta La Victoria Siempre, Compañera María Patricia Delpech!