LA REPÚBLICA SANMARTINIANA DE ARGENTINA

Por Nicolás Goszi

Qué nación proyectaba San Martín. Cuál era su enfrentamiento con Rivadavia. Qué pensaba de los pueblos originarios. Por qué se volvió de Guayaquil. Y qué inspira hoy, su legado, en la izquierda nacional

ENTREVISTA AL HISTORIADOR FERNANDO MAURENTE

Conjugar a San Martín con Marx. Traer a la práctica política de hoy la fusión de dos pensamientos revolucionarios del siglo XIX, uno sudamericano, nacionalista y burgués, liberal, y el otro europeo, posterior en el proceso de la evolución, internacionalista y proletario, comunista. ¿No será demasiado? A esto y más se atreve Fernando Maurente, que propone reconstruir el Partido Americano —“para articular desde la unidad sanmartiniana-bolivariana las luchas en nuestra América del siglo XXI”— y habla de la necesidad de constituir la República Sanmartiniana de Argentina.

Encuadrado en la izquierda nacional desde 1972 junto a Jorge Abelardo Ramos y Jorge Spilimbergo, Maurente continúa una línea de pensamiento histórico que desde 1946 brinda su apoyo crítico al peronismo. Además de militante, es historiador y periodista, autor de siete libros sobre Movimientos Nacionales, creador de la Escuela de Formación Política “Cursos de Historia Revisionista” y actual secretario general del Partido Socialista Sanmartiniano de la Izquierda Nacional.

—¿Cómo es esto de mezclar a San Martín con Marx?

—Y por qué no, me pregunté un día, y a partir del empleo del materialismo dialéctico como instrumento para interpretar la historia de nuestra nación indoamericana y criolla, desarrollamos la tesis del Socialismo Sanmartiniano. Una tesis que, tal como hiciera Abelardo Ramos con Marx y Bolívar, parece mezclar el agua y el aceite. Al pensamiento indoamericano de San Martín sumamos un avance cultural europeo, el socialismo científico. Mi maestro Norberto Galasso ya había estudiado a San Martín desde el punto de vista del marxismo latinoamericano: él lo dejó en los libros, nosotros lo llevamos a la construcción político-práctica, de la misma manera que Chávez hizo con Bolívar al bajar el pensamiento científico de Abelardo Ramos a la práctica política. ¿En qué consiste? Traemos las banderas revolucionarias liberales de San Martín al socialismo nuestro, y las profundizamos. ¿Con qué objetivo? Dar el paso necesario, cuando la Historia nos dé esa posibilidad, para construir un Movimiento Nacional Sanmartiniano.

—¿Cuál era el pensamiento estratégico de San Martín en lo que respecta a la geopolítica?

—San Martín y Bolívar eran dos liberales revolucionarios. Aunque la izquierda liberal los separa, formaban parte del Partido Americano y tenían el mismo proyecto: la Patria Grande. No pensaban en términos de lo que luego sería Argentina y Venezuela, sino de la nación latinoamericana. Sus ejércitos no eran argentinos ni venezolanos. Cuando San Martín se retiró de la campaña del Perú, los granaderos rioplatenses quedaron a las órdenes de Bolívar.

—¿Qué orden político y económico tenía en mente San Martín para la Patria Grande?

—Si bien llegó al Río de la Plata en marzo de 1812, él formaba parte de la generación del partido moreniano. Su pensamiento político estaba consustanciado con el pensamiento indoamericano de Castelli, Güemes y Monteagudo, que fue su asesor permanente y con quien fundó la Logia Lautaro. La misma línea de pensamiento a la que adhería Artigas.

—¿Por qué San Martín no aceptó liderar en el terreno político a los federales, a pesar de sus coincidencias con líderes como Juan Manuel de Rosas?

—Rosas aparece en la escena pública en 1829. La pregunta sería por qué no articuló, antes, con Artigas. Hacia 1816/17 San Martín tenía en claro un proyecto político-militar que consistía en que Güemes, en lugar de hacer la guerrilla en Salta, avanzara por tierra hacia el Perú en tanto él lo hacía por mar, luego de cruzar la cordillera y liberar Chile. En ese contexto, terminó articulando con Artigas, por omisión, cuando se negó a utilizar las tropas independentistas para enfrentarlo, como le ordenaba la oligarquía porteña, rivadaviana y pro británica. Esto permitió que el proyecto artiguista, independentista y opuesto al proyecto portuario pro británico, continuara desarrollándose en la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Santa Fe y Córdoba. Y que abonara, así, esa construcción política que los porteños bautizaron, con sorna, los Trece Ranchos.

—¿Cuál era el vínculo con Gran Bretaña?

Había dos alianzas con el imperialismo británico: una estratégica y otra táctica. La estratégica era la rivadaviana: a la vez que nos independizaba de España, consolidaba nuestra dependencia de Gran Bretaña y afianzaba los negocios con el imperio. Representaba los intereses de los contrabandistas porteños, que habían hecho su fortuna gracias al tráfico ilegal de mercaderías con los británicos. La otra alianza, la de los patriotas como Moreno, Belgrano y San Martín, era un proyecto táctico que consistía en usar a Inglaterra en tanto y en cuanto nos sirviera. Por ejemplo, en el encuentro de Castelli con Beresford, cuando el inglés le dijo que ellos no tenían instrucciones de apoyar a los independentistas, el rioplatense le respondió: ‘Bueno, muchísimas gracias, en el campo de batalla nos encontramos’. Dialogaban con los británicos, los patriotas, y al día siguiente los enfrentaban con las armas en la mano. La ductilidad de Castelli, principal líder del partido independentista, me recuerda la ductilidad de Hồ Chí Minh, que para conseguir la independencia definitiva de Vietnam se alió con los japoneses contra los chinos; con los norteamericanos contra los japoneses; con los franceses contra los norteamericanos; y después derrotó al ejército más poderoso de la humanidad: los Estados Unidos. Cinco décadas le llevó la tarea de independizar a su país.

¿Hubo o no desacuerdo entre San Martín y Bolívar?

—La historia liberal inventa versiones propias de un programa de chimentos de la tele. San Martín y Bolívar tenían la idea de acoplarse en un partido político-militar: el Americano. El problema fue que San Martín se quedó sin apoyo financiero. En 1920, estaba desarrollando su campaña en el Perú cuando Rivadavia asumió como secretario del gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez, con la facultad de manejar las finanzas rioplatenses, y le cortó los víveres. San Martín era el enemigo público número uno de Rivadavia. El 8 de octubre de 1812, con la Logia Lautaro y el regimiento de granaderos, había dado un golpe cívico-militar y sacado a patadas a Rivadavia, que jamás olvidó eso. De regreso de Guayaquil, San Martín ingresa por Mendoza y quiere ir a visitar a su mujer, que estaba en el lecho de muerte, y Rivadavia se lo impidió. Ese era el nivel de enfrentamiento. San Martín volvió del Perú porque no podía costear la guerra. Eso fue lo que pasó. Y le dejó sus tropas a Bolívar.

—¿Qué pensaba SM de los pueblos originarios?

—Antes de cruzar Los Andes se entrevistó con los jefes mapuches y les pidió permiso para entrar en su territorio, ese era el concepto que tenía de ellos. Apoyó, además, a Belgrano cuando propuso que la república bolivariana-sanmartiniana tuviera un emperador no europeo sino inca: ni más ni menos que el nieto de José Gabriel Condorcanqui (nombre legal de Túpac Amaru II), el cacique que había empezado las guerras de la independencia en 1780. ‘Así vamos a lograr que nuestros hermanos los indios se sumen a la lucha por la independencia’, pensaba San Martín. El nombre de la logia que fundó, Lautaro, proviene de Leftraru, como se llamaba el líder militar mapuche que sobresalió en la Guerra de Arauco. Todavía se está estudiando una hipótesis del revisionismo histórico, surgida en los últimos años, que sostiene que la madre biológica de San Martín era guaraní (Rosa Guarú). Y no habría que descartarla así nomás. No olvidemos que Yapeyú era una misión jesuítica.

¿Es cierto que SM aceptó ser gobernador de la Intendencia de Cuyo para juntar fondos y financiar el Cruce de los Andes?

—En cierta forma sí. Pero quien realmente logró que se financiara esa campaña, al igual que la guerrilla de Güemes en el norte, fue Pueyrredón. A través de un decreto de necesidad y urgencia obligó a que la burguesía comercial porteña, integrada por ingleses y españoles, aportara los fondos necesarios. O contribuían con ese impuesto o les cerraban los negocios, así de terminante fue Pueyrredón. Los mendocinos, por su parte, también colaboraron.

Para no bajarle el precio, como usted dice, porque además de historiador es militante, la siguiente pregunta apela a su larga trayectoria en la militancia. ¿Qué piensa de la metodología de construcción política que se impuso en nuestro país desde la década de 1980 hasta hoy?

—…Qué pregunta amplia. Y compleja.

Le pregunto esto porque nosotros vemos que se impuso, sobre todo en las últimas tres décadas, el dinero la rosca el dedazo.

—Ah… bueno, sí. Nosotros estamos por una militancia patriótica, y hay muchísimos compañeros que están en la misma tesitura. Pero sí: en las últimas décadas, el Movimiento Nacional ha retrocedido en la concepción ideológica, y, con ella, en la construcción patriótica. A algunos les interesa más el cargo que otra cosa: han invertido la escala de valores, esa verdad que dice que está ‘primero la patria, después el movimiento y luego los hombres’. En consecuencia, hay una doble lucha para los patriotas: una hacia afuera, contra el bloque oligárquico imperialista, y otra hacia adentro, por constituir una masa crítica de militantes que luchen por la patria y no por sus bolsillos.

—¿Cómo habría que articular la construcción política para revertir esa situación?

—Dando el ejemplo, no hay otra forma. Decía el Che que el socialismo es la ciencia del ejemplo. Y hay que ser coherente.

—¿Cuál es el rol que debe cumplir la militancia de base?

—Concluir la revolución nacional inconclusa. Proponerse que esto es un proceso que empezó, pero que no sabemos cuándo termina. Tomar consciencia de que estamos en la segunda independencia. La primera empezó en 1780 y concluyó el 9 de diciembre de 1824, con Ayacucho. La militancia de base tiene que plantearse un trabajo a corta, mediana y larga distancia. Para lo cual necesita formarse. No hay revolución nacional sin teoría revolucionaria nacional. Hay países que tardaron décadas, incluso siglos, en concretar su independencia definitiva.

—¿Cuánto nos falta a nosotros?

—Un siglo más, por lo menos.