MEJOR CAER DE PIE, PARA PODER SEGUIR

 

Por Juan Falú

Con excepción de la militancia con compromisos comunitarios, ser peronista en estos tiempos es una representación simbólica fuerte con una representación política -organizativa débil.
¿Dónde nos sentimos cobijados o representados o participando? En la historia y las consignas. Pero no el partido, ni en el sindicato, ni en la unidad básica, ni en el movimiento, ni en una conducción.
Peronistas más cerebrales ven en Alberto una conducción. Peronistas más viscerales en Cristina. Pero ni racionales ni combatientes, ni Alberto ni Cristina están fomentando la participación y la organización populares.
Las nuevas formas de la política desdeñan la participación popular. Por eso el partido inverna, aletargado en primavera. Y a las estructuras más primarias de organización, como la unidad básica, les faltan los estímulos y la visión que las arranque de la inercia en la que sobreviven. Hay cicatrices de sobra para mostrar. Quedarán. No hay riesgo de dejar
de subsistir. Pero sólo la participación popular le pondrá el cuerpo al peligro a existir, sin la triste cobardía del coraje sin destino.
El 17 de octubre del ‘45 representó la irrupción de la participación popular. Hasta el ’55 se avanzó en la organización de esa participación. Partido, Movimiento, Ramas, Unidades Básicas eran la expresión de una sociedad ya transformada y en transformación, no un partido prisionero de una autodefinición forjada en una Argentina que ya no existe.
Claro, siempre en pos de un proyecto.
A partir del ‘55, la Resistencia combina nuevas formas de participación y por ende, de organización. Sindicalismo combativo, organizaciones de bases, tendencias revolucionarias que se abren a nuevas ideas de transformación. Se agudizan las contradicciones del movimiento, pero ninguna de sus expresiones reniega de la organización.
Taco Ralo simbolizó formas nuevas de participación y organización, continuadas y desarrolladas más intensamente por otras organizaciones. Se trata definitivamente de proyectos socialistas revolucionarios y su posterior aniquilamiento desde la estructura represiva y genocida del Estado.
Después del Proceso, la democracia de vuelta en el ’84 remozó la idea del protagonismo partidario. Después de muchos años de censura y debilitamiento, el PJ volvía a tener más protagonismo que el sindicato. La experiencia menemista es destructora de la historia de luchas, de símbolos. Inaugura la política mediática, la farándula
política, la promesa incumplida, la eliminación del Estado e instala la corrupción como práctica naturalizada en las relaciones del gobierno con empresas y empleadores privados.
Ese tiempo marcó también la instalación de lo mediático como condicionante de la política y del ingreso o egreso a la función pública y al ejercicio del poder político. Se empieza a hacer política con medios, con dinero y con el auxilio pocas veces desinteresado de alguna farándula que coseche votos.
Se desarticula la idea de la Participación, la Organización, el Proyecto y la Mística, como motores de la vida política y de las transformaciones sociales.
El peronismo, aggiornado a esos paradigmas, vio herrumbrarse la mecánica de sus motores históricos.
Me pregunto a menudo: ¿dónde quedó el rostro obrero? No lo vi en ninguna lista. La presencia de la clase media será siempre necesaria. Pero pasó a ser la ‘columna vertebral’ del peronismo.
Un movimiento que pretende ser nacional y popular repele al garca, al represor y al explotador. El resto, puede y debe ser convocado.
Entretanto, ¿cuál es el eje de convocatoria de una Argentina Justa, Libre y Soberana? ¿Es un sector de la militancia amparada en el Estado, y sin laburantes a la vista?
¿Es Cristina desde un bunker o es Cristina de la calle con la gente cada vez más organizada y participativa?  ¿Es Alberto saliendo junto a Cristina en los actos para evitar que se noten aplausos desparejos si salen separados? ¿O es Alberto asumiendo la Presidencia con señales claras de autonomía?
La oposición se une y nosotros nos debatimos en internas. Esto ya nos costó soportar un gobierno vende patria. A las inevitables internas las superaremos desde lo trascendente y no desde el chiquitaje de las peleas por espacios de poder. ¿Poder para quién?
Hablemos sin tapabocas de Patria Justa, Libre y Soberana. Recuperemos la política al servicio del pueblo y de las transformaciones. Cuestionemos la idea de que se puede hacer política sin pueblo porque bastaría hacerla con guita, medios y una encuestadora al lado.
Estimulemos Participación Popular sin vacilaciones. Para empezar, revitalizando Unidades Básicas, que en plena pandemia podrían haber sido un factor de acompañamiento y concientizaciones barriales.
Que en las listas vuelva a brillar el rostro obrero.
Llenemos salas de espectáculos y teatros sindicales con manifestaciones culturales en el marco de un acuerdo Ministerio de Cultura – CGT.
Llenemos las escuelas de actividades que eslabonen en una única cadena la memoria de tres generaciones entre alumnos/as, padres y abuelos/as.
Eliminemos el reparto de cargos para devolver favores. Los funcionarios deben ser idóneos.
Presentemos proyectos creíbles de leyes ambientales respetables.
Frenemos la explotación minera a cielo abierto.
Pensemos en un plan en serio para evitar el monocultivo y cuidar la tierra, el aire y el agua. Solo se cuidan los recursos si los cuida el Estado con acompañamiento y control popular.
Sin titubeos. El modelo Vicentín de marchas y contramarchas se paga caro.
Pongamos coto de una vez por todas a los agentes de la inflación, de la timba financiera, con señales claras. Movilicemos al pueblo para velar por el cumplimiento de un efectivo control en el precio máximo de los insumos de la canasta básica.
Defendamos la ética del funcionario como modelo de la ética social. La degradación ética nos puede convertir en un país con provincias cooptadas por la corrupción, el extractivismo, el narco, la soja o el caudillaje paternal y acomodaticio del poder.
Nada de eso se asegura sin proyectos.
Convoquemos desde un proyecto. ¿O ahora el proyecto es para dos meses?
Restauremos la participación popular en torno a esos proyectos. Es la única vía de una mística. No hay otra.
Alimentemos perspectivas de género en serio, responsables, que atiendan a los graves ultrajes y violaciones que sufre la sociedad, pero a sabiendas de que quienes más las padecen – siempre- son los sectores humildes, los condenados de la historia.
Generemos un proyecto de Sistema de Salud que asegure la cobertura al pueblo y un límite preciso al poder de los monopolios de la asistencia médica y de la industria farmacéutica. Digamos que la excelente respuesta en pandemia de las políticas públicas en el área llegó para quedarse y profundizarse.
¿Y el sindicato? La dirigencia es espectadora silenciosa, con sus tiempos y su poder, de toda coyuntura crítica. No debe ser espectadora de una crisis. Debe estar convocada a atravesarla.
¿Puede hablarse de proyecto nacional y popular sin un sindicalismo comprometido? De ninguna manera. Es el PROYECTO que congrega a las bases sociales, la única herramienta para alinear a las cúpulas en el mismo.
Y esto se sabe pero no se dice y no se hace, por el famoso miedo a ahuyentar votos de quienes desconfían del peronismo.
Resultado: la clase media es la columna vertebral de un peronismo sin obreros en las listas, sin empresarios ni agricultores al estilo de un Gelbard o Volando, sin Carrillos ni Evitas, sin plazas, overoles, alegría, mística y vocación transformadora.
Y sin la enseñanza acumulada por Perón para conducir un movimiento y gobernar con ese movimiento organizado en torno a un PROYECTO.
La grieta está, desde hace rato. Se le puso cara buena y conciliadora. Del otro lado fueron más libres para soltar su odio al pueblo.
Está bueno suponer que en el peronismo se garcha, utilizando una coqueta metáfora triunfalista para augurar alegrías y triunfos. Para seguir con la metáfora, ahora lo único sensato es evitar que nos garchen.
Humildemente, espero placeres más seguros si construimos mística, participación y organización.
El peronismo tiene que dejar de insistir en mostrar su rostro bueno para atraer votos.
El peronismo no es bueno ni malo.
El peronismo es un movimiento con banderas. Si se bajan o se disimulan, no hay peronismo. Y los triunfos electorales de un no-peronismo significan para el pueblo una frustración.
Estas ideas no están inspiradas en una derrota electoral. Vienen del fondo de la historia argentina y nos llaman desde el Bando de San Martín al Ejército de Los Andes y desde el 17 de octubre del 45.
La grieta está. Entonces, a morir con las botas puestas.