PINO, MONA Y DIEGO

 

Por Conde Ramos

La pandemia nos ha mostrado el rostro más crudo y desesperante de un mundo desigual, un mundo dominado por un capitalismo neoliberal, el de un extrativismo violento e inhumano, descarnado, prepotente, despiadado sin límites, que se manifiesta en la explotación de una economía agraria devastadora, contaminante y pesticida. No es posible que este capitalismo dominante aporte otra cosa que no sea miseria y postración a un mundo que está encerrado por los poderosos de las finanzas, de las tecnologías y los medios hegemónicos de comunicación. La pandemia nos mostró con descaro cómo los ricos se hacían mucho más ricos mientras los pobres crecían en población y se hacían cada vez más pobres.

Esta pandemia dejó al desnudo un mundo que corre hacia su propio suicidio conducido por los poderes concentrados, por los que creen que solo ellos se deben salvar.

Los peronistas sabemos muy bien que esto nos podía pasar. El General predijo esta catástrofe. Nos señaló que el desastre era inherente al capitalismo salvaje, y en 1972 precisó en su extraordinario “Mensaje Ambiental a los Pueblos y Gobiernos del Mundo” la tenebrosa realidad que estamos viviendo hoy.

Como si fuera poco el daño que nos ha causado y aún nos causa, este año pandémico también se ensañó con tres de nuestros mejores militantes, que expresaban todos los días su resistencia a este estado de cosas, a la desigualdad, a los mandatos inequitativos de los poderosos.

Las muertes de Pino Solanas, Mona Moncalvillo y Diego Armando Maradona nos restan de nuestras filas tres militantes inclaudicables de la protesta, de la lucha a favor de los que menos tienen y más sufren, la lucha por un mundo más justo.

Los tres dejaron, sin dudas, seguidores que alzarán sus banderas resistentes. Porque habrá quienes tomen las palabras justas y las frases justicieras de MONA, la magia cinematográfica de PINO —que no solo fue un gran cineasta, sino quizás el que más aportó desde la cultura a la construcción política revolucionaria de los peronistas— y la irreverente protesta de DIEGO, su enfrentamiento sin cortapisas con las mafias de la FIFA y de la política (como Macri y sus socios), el apoyo incondicional a Fidel y a Chaves, su adhesión inquebrantable a Perón y al peronismo.

El cielo tiene ahora tres protagonistas que, con la bendición de Francisco, habrán tomado ya su puesto de lucha celestial; y, en un recreo, Mona transmitirá con gloria un gol poético que Diego le hará al arcoíris de la historia, tan inmortal como el que les hizo a los ingleses, un gol al que Pino, magistralmente, le dará un brillo alegórico con su cámara.

Tuve la suerte de conocer a los tres, en distintas circunstancias.

Con Pino me ligó, desde el Peronismo de Base (PB), una colaboración militante en Cine Sur, agrupación en la que Pino, Getino y Vallejos generaban desde la cultura importantísimos aportes a la construcción política del peronismo revolucionario. Desde esta perspectiva, fuimos acompañando la gestación de aquella magnífica pieza que fue La Hora de los Hornos. El desarrollo del Peronismo de Base en Córdoba —su lugar de nacimiento— tuvo un crecimiento exponencial en virtud de las seis copias de esa película emblemática que proyectábamos, casi a diario, en distintos barrios de la ciudad y con los cuidados relativos a la seguridad que imponía el hecho de tener enfrente a la dictadura militar de Onganía.

Tiempo después coincidí con Pino y Getino en Puerta de Hierro. Yo llegaba para verlo al General; ellos se iban a Italia a editar parte del material que habían filmado para su nueva obra, Perón: Actualización política y doctrinaria para la toma del poder, en la que registraron el pensamiento de nuestro líder en una serie de diálogos. Con Pino también hemos participado en diversas charlas políticas y sobre el quehacer nacional, en Buenos Aires. Su compromiso militante lo llevaba a cubrir las distancias que hicieran falta con tal de estar presente donde se lo necesitara. Recuerdo cuando vino a un plenario del PB (agrupación con la que se sentía muy identificado) que habíamos organizado en Córdoba, donde coincidió con Raimundo Ongaro. Los discursos de ambos fueron de un elevado nivel de formulación.

Devuelta de su exilio, con la recuperación de la democracia, Pino viajó rápidamente a Paraná, donde lo esperábamos para su primer reportaje en la Argentina y para la puesta —organizada por las Mesas de Trabajo Peronistas— de Los Hijos de Fierro, en el cine Ideal. Reverberaba en su mirada el dolor por los compañeros torturados y desaparecidos, pero también la convicción de continuar la lucha, el compromiso de honrarlos con el ejemplo para dar sentido a su entrega, para que tanta pérdida no fuera en vano.

Hacia 1988, asistió a la inauguración (y asumió el padrinazgo) del Centro de Estudios Argentina 2000, organizado por las Mesas de Trabajo y la Unidad Renovadora Peronista (URP), evento del que también participó Cacho El Kadri.

Como diputado, me tocó acompañarlo también en otra de sus genialidades: El Imaginario de América. Había filmado Sur en las ruinas de lo que hoy son las reconstruidas Galerías Pacífico, idea que había proyectado con el arquitecto Livingston y que consistía en restaurar ese deteriorado edificio con el objetivo de crear un espacio que estuviera en un 80% dedicado a la cultura y el 20% restante a la actividad comercial. Un proyecto encomiable, que finalmente le robaron y cuyos apropiadores terminaron tergiversando al invertir el sentido de la propuesta original, de manera tal que se hizo un espacio netamente comercial con un centro cultural pequeño. Acompañé su protesta ante semejante estafa en una conferencia de prensa realizada en la vereda de ese edificio, y presenté un proyecto de declaración denunciando la usurpación de la idea original de Pino y Livingston.

Además, con Pino, Mona, Néstor Cantariño —en representación de los trabajadores del Sindicato Argentino de Televisión— y Daniel Egea, generamos una cooperativa para participar en la licitación de uno de los canales de televisión abierta, pero como ese proceso de privatización estaba amañado, fracasamos en el intento.

En el intercambio de opiniones con Pino y los análisis que las diversas coyunturas nos iban deparando, prevalecía una certeza: siempre tuvimos en claro la necesidad de fortalecer al Movimiento Peronista como vertebrador del gran frente nacional.

            Nunca olvidaré, tampoco, la entrañable presencia de Mona. Tuve la suerte de que ella me diera un lugar privilegiado a través de una extensa entrevista en la renombrada Revista Humor, poco tiempo después de la asunción de Menem, donde pude exponer —antes de que se conformara el Grupo de los Ocho— mi posición contraria a todas las leyes que apuntalaban el proceso de privatizaciones, desmantelamiento y enajenación de las empresas del Estado, que culminaría, como no podía ser de otra forma, en una mayor concentración de la economía y la consecuente exclusión de amplios sectores de la sociedad. Voy a estar eternamente agradecido a Mona por el reportaje. Sé que no fue fácil para ella. Hoy, con el diario del lunes, esas páginas son el testimonio valiente de una periodista que ni titubeó ni demoró en enfrentar al poder corrupto. Pero en aquella época, cuando casi nadie se atrevía a criticar a Menem, su decisión implicaba exponerse a la reprobación y al menosprecio de sus compañeros, incluso al riesgo de que las manos obsecuentes le cerraran las puertas en el ámbito laboral. Y Mona tuvo lo que había que tener.

            También tuve el placer de conocer a Diego, aunque en circunstancias poco felices, como consecuencia de la aparatosa operación de prensa que en la década del ’90 el gobierno menemista le montó para distraer la atención en un momento de desvarío. Un lamentable episodio en el que, aprovechando un momento de debilidad que Diego atravesaba con respecto a su adicción, las cámaras de varios medios exhibieron sin piedad su rostro más infeliz en la puerta de un domicilio particular en Buenos Aires. Salí en defensa pública de Diego, denunciando la perversidad de esa orquestada operación de prensa. Por tal razón, tuve la oportunidad de conocerlo a través de un amigo en común. Todavía recuerdo su abrazo, el efusivo agradecimiento por ese gesto con el que nunca busqué ningún rédito personal y que él, acostumbrado a que muchos se le acercaran por interés, tanto valoró. Diego fue (es y será) un militante que siempre, y en todo lugar, bregó por el bienestar y la alegría de los que menos tienen. Esa impronta, como decía él, no se mancha.

            Por todo esto, y lo que aún pueda quedar en el tintero, vaya este sentido homenaje a Pino, Mona y Diego, tres peronistas de fuste que nos dejaron un legado digno de honrar.