RETEMPLAR LA CONCIENCIA NACIONAL

Por Gabriel Gómez

Como la izquierda en los 60 /70, hoy esos mismos sectores medios se sienten atraídos por lo que el movimiento tiene de “progresista”, pero se incomodan con su esencialidad nacional, su contenido liberador de todo poder extranjero: sea este económico, cultural, espiritual o ideológico. Hoy como ayer hay que construir conciencia nacional.

Desde el Justicialismo entendemos que un pueblo se convierte en nación cuando se percibe como tal (cuando quienes lo integran reconocen que tienen cosas “en común”), elige un destino y trabaja para realizarlo. Una nación es una voluntad de ser. Y esta voluntad de ser se vertebra a partir de mancomunar un Proyecto Nacional. La Argentina en estos tiempos se percibe como un lugar donde vive gente reunida al azar, sin rumbo ni destino compartido, con poca esperanza. 

¿Cómo empezó esto? A grandes rasgos, por un lado, con la pinza económica en el cambio de matriz durante la dictadura oligárquico-imperialista: de un proyecto industrial soberano se pasó, genocidio mediante, a una matriz económica de valorización financiera. Y luego, por otro lado, con la pinza política cultural mediante la instalación del proyecto progresista socialdemócrata en el gobierno de Alfonsín. El proyecto globalizador se instalaba así en la Argentina. 

Por eso, hay que desmalezar conceptualmente, ya que vivimos tiempos de muchísima confusión debido en gran parte a nuestra propia dirigencia, que se piensa depositaria de las ideas socialdemócratas al interior de un partido nacido como nacionalismo revolucionario. 

Desmalecemos entonces. Si comprendemos que el progresismo es descendiente directo del pensamiento izquierdista, podemos entender que sus representantes, durante largos años, a partir de su emergencia en tiempos de la Revolución Francesa, tuvieron como preocupación central la cuestión social, el combate contra la desigualdad, la miseria de las masas, la injusta distribución de la riqueza. Los debates más álgidos versaban, en todo caso, sobre las tácticas a emplear: violentas o pacíficas, la revolución o la reforma. Entendían que los pobres tenían como única riqueza de sus familias a su prole, por algo Marx los llamó “proletarios”. Una verdad que la propia izquierda está dejando en el arcón de los recuerdos.  

Pero su revolución proletaria nunca llegaba, ni de manera revolucionaria ni de manera reformista. En los 60, debilitado el proyecto de la URSS —primero en Hungría y luego en Checoslovaquia, revueltas mediante—, se produce un giro en sus pensadores y militantes que va del campo de las condiciones materiales de existencia —la base material (explotadores y explotados) para poder explicar el fracaso de la revolución— al campo de la cultura (lenguaje, sexo, religión, pobrismo), lo que antes era el reflejo de esa base material y que se derrumbaría cuando cayera la misma. 

Este giro lleva a la izquierda del abandono de la clase obrera hacia los espacios que defendían los derechos civiles de las minorías y las libertades individuales (racismo, feminismo, libertad sexual). El Mayo Francés es su símbolo, con sus revueltas anti burguesas pero no anti capitalistas. 

En ese momento, en el capitalismo se iba produciendo una de sus mayores transformaciones. Había que desmantelar ese mundo burgués donde anidaban la familia, la religión, las tradiciones y la comunidad, para que todo fuera mercado, para que todo pudiera ser mensurado, valorizado, económica y financieramente. Que no quedara espacio ni relación sin precio. Todo lo que no tenga precio, todo lo que no produzca valor económico, no debe existir. La familia, y con ella los niños y los viejos, empezaban a levantar sospecha. La izquierda tomó el desafío.

La vieja ética de la izquierda daba paso a los “nuevos” valores progresistas que, por su maridaje con el capital financiero, se harían cargo de las grandes industrias del entretenimiento, de las grandes editoriales, de las cátedras universitarias y de los medios de difusión. Hoy el capitalismo es sostenido culturalmente por izquierda. Las pinzas se cierran y el modelo planetario se convierte en totalitario. Lo que hay que “deconstruir” en favor del sistema son los estados y los pueblos.

En nuestra doliente Patria, donde se discute fervorosamente el aborto pero no la felicidad de los niños ni la vejez digna, reina la incertidumbre y la desesperanza en un proyecto común. Una Patria que no puede salir del círculo vicioso, caracterizado por el endeudamiento, la fuga y la inflación, que ya lleva casi cuatro décadas, con sus secuelas de concentración y extranjerización económica. Y en cada salida de la crisis cada vez son más los compatriotas que quedan en la marginalidad y, por lo tanto, la pobreza se convierte en estructural. 

Es claro que el proyecto globalizador, al igual que en todos los países emergentes, tiene como blanco también nuestras riquezas y nuestro territorio; por eso confronta con la nación atacando la fe, la familia, el idioma, la música, el lenguaje, la memoria y todo aquello que sostiene la identidad de una persona y de una comunidad de personas.

Lo nuestro es retemplar la conciencia nacional, el viejo camino que señaló el Coronel Perón, pero para eso hay que recomponer el vínculo afectivo entre nuestros compatriotas, retemplar los corazones, reencontrarnos como argentinos, recuperar aquella ambición de futuro que sembraron nuestros padres fundadores, recuperar la vitalidad de la doctrina nacional y su proyecto. Así empezaremos a tener una brújula para orientar políticas y un cartabón para medir su eficacia en la persecución de un destino nacional. 

Pero tengamos en cuenta que para ese combate debemos estar munidos de una verdad en la conciencia y la fe en nuestro pueblo, con la sabiduría de asumir que las batallas son costosas, a veces prolongadas, y que exigen sacrificios. Y debemos ser conscientes, sobre todo, de que nadie responde a un llamado a la lucha si no reconoce, primero, su verdad y su destino.Ya lo señalaba la Compañera Evita: “El fanatismo es la única fuerza que Dios le dejó al corazón para ganar sus batallas. Es la gran fuerza de los pueblos: la única que no poseen sus enemigos, porque ellos han suprimido del mundo todo lo que suene a corazón”.