A 60 AÑOS DEL BOOM LATINOAMERICANO

Por Cecilia Moncalvo

“Invisible, novelesco, quizás inexistente, pero lo mismo, querido auditorio. Discúlpeseme que, con retardo de minutos, inicié esta conferencia. Y bien. Iba andando, noches pasadas, cuando me asaltaron, parece mentira, a pocos pasos de una comisaría, dos ideas de estética literaria. (…) En suma, una novela es un relato que interesa, sin que se crea en él, y retenga, el lector distraído, para que opere sobre él, de tiempo en tiempo, la técnica literaria. Intentando el mareo de su sentimiento de certidumbre de ser, el marco de su yo (…) no terminado. Y mucho me alegraría modestamente, más tarde, que algún lector diga, por ahí, en mi elogio, para lo poco que sabía del asunto, bastante habló, porque no es gracia hablar de lo que se sabe”.

Macedonio Fernández, 1928.

Entra un mensaje de texto de Luis. ¿Estás? Quiero hablar con vos. En ese momento, estaba absorta en la tablet hojeando un libro de Didi Huberman sobre anacronismo e imágenes. A más de 100 días de aislamiento preventivo y obligatorio por la pandemia Covid-19, si hay algo a lo que tuve que habituarme fue a la lectura detrás de la pantalla. Redes sociales, publicaciones periodísticas, cine, radio, televisión, comunicaciones familiares, conversaciones con amigos, proyectos, cursos, música y contactos amorosos, han pasado a estar mediados por el marco del celular, la baldosa electrónica o tablet y la computadora. El living de mi casa se hizo popular y el recorte de realidad-intimidad pasó a ser una barrera franqueada en tiempo casi continuo. Sí, estoy, le dije. Así fue que recibí la propuesta de escribir sobre el Boom Latinoamericano y su relación con la actualidad.

¿Por qué hablar del Boom Latinoamericano ahora? “Invisible, novelesco, quizás…”, el decir de Macedonio Fernández irrumpió casi de forma inconexa después de hacerme la pregunta, mientras Luis hablaba. Mantuve la conversación con otras ideas que surgían del diálogo, estimando que la asociación no tenía nada de original. Consideré la posibilidad de incluir la escena biográfica al texto, pero también la deseché. Finalmente, escribí algo y lo envié. Cuando releí el boceto no encontré algo cercano a un estilo de mi forma de escribir o hablar, algo de lo real. Anoche volvió Macedonio a la memoria, por lo que decidí hacer entrar aquella hilación inicial para empezar a tejer ideas y lecturas de otros, que, como hoy mientras desayunaba, llegan bailando a la boca.

¿Qué relación hay entre aquel hecho sociológico de amplia repercusión mundial y este 2020 de aislamiento y relaciones mediadas por la tecnología y por una intensa o expandida voz en off, que representa el tiempo de lectura? ¿Qué posible asociación hay entre el nombre de aquel fenómeno y sus sonoridades, con la situación de encontrarnos leyendo reseñas, posteos, cuentos, novelas, poemas, noticias y recetas de cocina con el mismo brillo de pantalla? ¿Qué vínculo aflora entre aquel puñado de autores con un mismo origen geográfico, radicados en diferentes puntos del mundo como verdaderas estrellas, y este gran calendario del que participamos escribiendo y leyendo realidades y ficciones que podría llamar “paisaje delcondetodo”? ¿Para qué me asaltó la idea del asalto que relató Macedonio en esa mítica conferencia radial de 1928? Diversas preguntas alrededor de: ¿Qué entendemos por novela desde el Boom Latinoamericano?

El boom, la revista y nosotros, los teconleche

Un intento de respuesta a ese interrogante por la novela después del Boom es lo que intento en este artículo y el conjunto de las páginas siguientes que pasan a formar parte de “De Frente”. La revista, motorizada por el colectivo que dirige Luis, es de actualidad y debate político, cultural; pero las palabras actualidad y colectivo, bien sabemos, no son tan un todo del hoy, ni un todo tan de uno solo.

Si en un contexto como este, Luis no hubiera tenido iniciativa posiblemente otros hechos sociológicos y políticos en los que ha participado, no hubieran tenido lugar. O no hubieran sido como fueron. Y ahora no estaría hablando de lecturas en Latinoamérica, ni de escritores cuyos puntos hermanos parecen haber logrado mirar detrás de la noche como en un poema de Cortázar. Empiezo a pensar hacia atrás del “boom” y encuentro al Che, Martí, Casals, Darío, Storni; al lado, Pizarnik, Hernando, Moreno. Junto con Viñas, Jitrik, Antelo, Montaldo. Podría construir un diccionario de otros y otras, o una roseta, o un espacio en común. Lo moderno y lo demodé. Lo Pop y lo pos. Genealogías, continuidades y discontinuidades aparecen al lanzar la pregunta por la novela y la poética latinoamericana; imantándose. Merodean alrededor de la constelación del Boom que, mientras Luis habla, me llevan también a una puerta reciente, y quizás antigua pero novedosa, de teoría de las transgresiones, lo Queer. Pienso en Ludmer, en las escrituras o literaturas posautónomas. Pienso en Link. Me voy acercando a un posible título del artículo: “A 60 años del Boom Latinoamericano”.

Esta especie de repaso de lecturas a partir de un hecho sociológico con raigambre literaria y producido entre 1960 y 1970 es posiblemente un modo de revisión perpetua del presente, y de las formas de ver. Un devenir. Un acontecimiento singular que ha girado alrededor de un conjunto de artistas a través de quienes fue posible visibilizar un paisaje otro, frondoso, autóctono y cosmopolita de Latinoamérica (por lo tanto periférico respecto de un ideario de centralidad); cuya relevancia internacional fue tal que hizo posible encontrar como público a los habitantes del territorio relatado, o de donde provenían sus autores. Así comenzaba, de otro modo, la lectura popular de esas generaciones y las siguientes. Un giro donde ya no era un belga o suizo el de la escena, sino un nosotros: lo argento yoruga mejicano colombiano. Nosotros los Otros, negritos blanquitos teconleche achinados, negados o eclipsados por grandes novelas históricas que habían influenciado o participado de la lectura hasta ese momento, pero que ya no alcanzaban para decir juventud en Latinoamérica después del Che. Lo singular del plural también fue un asalto de sorpresa, si comparamos con la forma con que por entonces se descubría algún nuevo talento literario e individual, quien, por destreza o rigurosa aplicación de premisas clásicas de novela, pasaba, no sin justificado mérito, a círculo de guirnaldas.

¿Para qué sirve la ficción?

La emergencia colectiva de novelistas y novelas de los años 60 y 70 ha logrado combinar la técnica literaria en un relato interesante al público distraído que, como proponía Macedonio, también logró poner en marcha lo “novelesco”. Activando, por lo tanto, “tensiones entre ilusión y realidad, vida y arte, forma y experiencia, verdad y ficción” (Piglia, 2000:7[1]). Y éste es un tercer valor de singularidad creativa. Logra “buscar la novela en la realidad”. Podría arriesgar a decir que el Boom —llamado fenómeno literario o de mercado generado por escritores latinoamericanos, el sector editorial español y la academia norteamericana[2]— ha intervenido como giro de perspectiva en la manera de concebir culturalmente lo popular y lo latinoamericano, por lo tanto, leernos. Dicha interpelación no fue algo externo, sino con lo más íntimo, del género. Pienso en los ejes de trabajo de Macedonio a lo largo de su vida: “¿Para qué sirve la ficción? ¿Qué hacer con ella? ¿Cómo se lee? ¿Cómo pasa a la realidad? (o como sale de ahí)”[3]. En ese prólogo, Piglia ubica el aporte de la mirada reflexiva de Fernández, en relación con “El Museo de la Novela Eterna (libro póstumo y único, novela infinita)”, y, unos renglones más abajo, dice: “La novela no sólo actúa y produce efectos en lo real sino que aspira a construir lo no-real, lo que está por venir y lo que todavía no es”.

Algo de “eso” intentarán seguir indagando estos artículos, que, bordeando aquella pregunta, quizás obren o abran a transgresiones o profanaciones de linealidad histórica, si consideramos al menos dos aspectos. Uno es que estaríamos intentando releer los años 60, 60 años después, desde un lugar que podría llamarse “el doble de historia en un acontecimiento pop, su pasaje al pos” o “la historia en su doble pasaje: del pop al pos” o “el pos pop en su pasaje doble de la historia”. Otro es que el acontecimiento ha estado (y sigue, porque sigue dando de qué hablar) imbricado en un contexto tecnológico, como ocurre hoy, pero diferente. A diferencia de los radiales años 20 de Macedonio, los 60 era un tiempo de televisión, pero también y muy especialmente de cine. Cine donde el género documental y las producciones extraordinariamente creativas, lúcidas, caseras o rudimentarias —en comparación con las grandes inversiones mundiales de los centros europeo o norteamericano— funcionaban como engranaje grupal de un actor transgresor de tendencias (in)imaginables; una verdadera profanación a la escena de modernidad de aquel entonces. Otro doble de diferencia. En aquel entorno cultural, la literatura (re)ingresó al espacio múltiple de una “corriente alterna”, si seguimos a Haroldo de Campos hablando del barroco latinoamericano. Era el tiempo de Favio, Solanas, Rocha, Ruiz, Bemberg, por decir algunos. Era la olímpica profanación del cine latinoamericano de la liberación, de las epistemologías filosóficas y antropológicas del sur, de la poesía escrita por mujeres cuyo quiebre respecto de los modelos impuestos y anteriores a 1950 expresaron ruptura y sutura. Profanación de la poesía concreta brasilera y música popular. Vueltas al “nos”. Reingresos de lo colectivo a una escena poblada de puntos de encuentro, como quien habita entre, como apertura y parte de esa vocación hermanada de ir hacia. Un puro pero que es pero de arte. 

[1]PIGLIA, Ricardo. Diccionario de la novela de Macedonio Fernández, 2000.

[2]RAMA, Ángel. Más allá del Boom: literatura y mercado, 1981.

[3]Op. cit., Ídem.