Por Conde Ramos
Estos 40 años de colonialismo Neoliberal han mostrado el daño de esta tendencia global en todas sus facetas y escalas. La centralidad del mercado como una demanda religiosa fue fundada desde la academia y tuvo en los países hegemónicos la implacable decisión de darle dimensión mundial.
A la hora de ensayar la nueva corriente, la Argentina y Chile fueron los países indicados para iniciar esta política, cueste lo que cueste y caiga quien caiga; no importaba el método, importaba el fin. En ambos países fue a costa de perseguidos, encarcelados, torturados, exiliados, muertos y compañeros presos desaparecidos.
El neocolonialismo triunfante, con Martínez de Hoz a la cabeza, con el respaldo de La Escuela de Chicago y su gurú Milton Friedman, a pie firme comienza el endeudamiento, el desguace del Estado y una apertura del mercado hasta allí nunca vista. La derrota en Malvinas frenó el remate final. Pero a nivel inter nacional ya se hacía incontenible la marcha del fundamentalismo de mercado. El Consenso de Washington fue la reformulación del ideario Neoliberal cuya estrategia tomó entonces dimensión universal. En nuestro país conlleva, como todos los planes imperiales, la necesidad histórica de destrozar al peronismo. Analizar al Neoliberalismo como un compendio de reglas y normas económicas es subestimar sus fines y no comprender la complejidad de sus pretensiones. El no entender de quién se trata es lo que da lugar a la aparición del boludeo político. El boludeo político, muy bien aprovechado por la especulación financiera, por la concentración económica. En suma, por un capitalismo feroz que en su centralidad ha desplazado al hombre para que solo sea una mera herramienta de consumo. El boludeo político discute lo anecdótico y hace alarde de las trenzas, de las roscas y las picardías de una política decadente y vacía de contenido.
Mientras al país se lo están llevando, el boludeo se florea en “Intratables.”
“La Grieta” es la expresión cínica y rotunda del boludeo político. No es una casualidad que haya sido lanzada por el comunicador más sagaz (y también más cínico) de los medios hegemónicos de comunicación del sistema, como es Jorge Lanata. Es la significación trágica del boludeo, el hachazo que divide en dos partes la farandulización vacía y anecdótica de la política, pero se le da una dimensión superlativa y terminante. El boludeo se centra en lo que dijo Vizzotti y le contestó Iglesias, lo que manifestó Patricia Bullrich y le refutó Tailhade o lo que se le ocurrió a Fulano y le salió al cruce Mengano. En un debate pueril, muchas veces sucio, menor y, lo que es peor, desesperanzador, la política como herramienta de cambio no tiene nada que ver con los adelantos de los “sucesos” políticos de Luli Salazar ni las escuchas armadas de Luis Majul ni las respuestas desubicadas y efectistas de Dady Brieva. Tiene que ver con el país que queremos, con la Argentina que nos debemos y que tenemos que construir:
en la Marina Mercante, que tenemos que reconstruir;
en la política de puertos, que no tenemos y es imprescindible debatir;
en la política energética de cara a la sociedad y al desarrollo industrial;
en la explotación y el cuidado de nuestro mar epicontinental;
en la reformulación de la minería en función de los intereses nacionales y sin desatender el cuidado del medio ambiente.
En una política crediticia orientada a cumplir un rol social y de apalancamiento al empresariado nacional.
En una Salud pública que, en su vigor, dé por tierra con el negocio de la medicina privada.
Para que la Educación pública vuelva a ser el orgullo del país incluyente.
Para que la investigación de base y la innovación tecnológica desarrolle toda su potencialidad.
Para que el ferrocarril, con el valor estratégico que significa para la nación, acceda a los avances tecnológicos y recupere las decenas de miles de kilómetros de vías desmanteladas.
Para que retomemos, en suma, el camino de una sociedad integrada que se desarrolla y prospera.
Las opciones están planteadas. O asumimos la política como herramienta de cambio o nos prendemos en la desprestigiante política del boludeo que nos impone el colonialismo neoliberal con sus consecuencias desastrosas.