Por Melisa de Oro
NO HAY MOVIMIENTOS SOCIALES SIN CORRIENTES INTERNAS QUE BUSQUEN APROVECHAR EL IMPULSO MILITANTE DE LAS BASES Y LA RECIENTE ACEPTACIÓN DE SUS DOCTRINAS COMO BASE DE AUTORITARISMOS SECTORIALES PERSONALES Y REFORZAR DISCRIMINACIONES CONTRA SUS RIVALES. ¿HASTA QUÉ PUNTO HA SABIDO PONERSE A RESGUARDO DE ESTAS GENERALES DE LA LEY LA ACTUAL ONDA VERDE DEL FEMINISMO ARGENTINO?
Como todo movimiento social, también el feminismo incluye entre sus filas a minorías de personas que lo utilizan para imponer modelos autoritarios y practicar distintos mecanismos de discriminación. Detrás de muchas fachadas se encuentran intereses mezquinos, racismo, y discursos de odio hacia determinados colectivos. En términos políticos, toda mirada ingenua conlleva el riesgo de crear monstruos sociales muy peligrosos para la libertad y la vida de las personas. Correrán serios riesgos quienes no se ajusten a los parámetros que quiere imponer cualquier ideología con pretensiones hegemónicas, y el feminismo no escapa a esa regla.
La deriva conservadora pone en evidencia ciertas estrategias ya aplicadas en el pasado, incluso mucho antes del terror inquisitorial. La demonización y el escarnio público no son nada nuevo; aunque ahora se reciclen de distintas formas en las nuevas redes sociales, sus mecanismos de destrucción y disciplinamiento ya son viejos conocidos. Terror, demonización, y escarnio público, son tres instrumentos utilizados para imponer límites a la libertad humana y para subordinar las conductas a una moral determinada.
Lejos de combatir los prejuicios patriarcales, el viejo puritanismo renace como ave fénix de las cenizas de un mundo que creíamos haber dejado atrás. Oculta detrás de la fachada “anti-cosificadora” subyace la vieja matriz estoica y represora de los placeres y los cuerpos. El sexo, y la erótica, vuelven a colocarse en el centro de las políticas de disciplinamiento. Los concursos de belleza son cuestionados, boicoteados y suprimidos. Los cuerpos, con la excusa de la “cosificación”, vuelven a ocultarse, y dejan de ser motivo de cuidado y de elogio social. Exhibir la belleza femenina retorna como un nuevo “pecado”. No puedes “cosificarte” aunque lo desees, y mucho menos ponerle precio a los placeres que puedas ofrecer. Mostrar el cuerpo femenino, exhibirlo con orgullo, disfrutar de su sensualidad, de su erotismo, de su belleza, se ha convertido en un “pecado”, en una afrenta a la “dignidad” de todas las mujeres. El yugo de la “cosificación” se impone como la burka de Occidente. Con la bandera del feminismo se nos quiere imponer una moral conservadora.
La infantilización de las mujeres busca deslegitimar la inteligencia de aquellas que no asumen como propios todos los mandatos que el “buen feminismo” considera ética o moralmente correctos. Por supuesto, quienes fijan esa “corrección” no son los sectores populares ni las propias interesadas en cuestión, sino la aristocracia académica de un feminismo de carácter represivo con fuerte tinte separatista generalmente encarnado en figuras conservadoras o de un lesbianismo misándrico.
En estos tiempos donde se levanta la bandera de la soberanía de los cuerpos y de los deseos, parece que no todas tienen capacidad para decidir y que muchas necesitan tutoras de la virtud que las protejan de sus malas decisiones y de la otra mitad de la humanidad que no cuenta con sus mismos genitales. La deriva hembrista de ciertos sectores del neo-feminismo se convierte en una peligrosa contracara del machismo patriarcal. Ese feminismo puritano y lesbo-separatista no tiene nada que ver con el Feminismo Popular que no confunde la lucha por los derechos de las mujeres con el odio a los varones por el solo hecho de serlo.
Las corrientes del feminismo son muchas, Ninguna puede atribuirse la representación absoluta de todas, pero sin ninguna duda, el feminismo cuyas banderas vale la pena defender es el que sí nos incluye a todas, todos y todes. Lo demás es pura cáscara ocultando intereses, mezquindades y prejuicios.