Por Conde Ramos
Las súper corporaciones constituyen el poder central de Occidente, que radica en la sobre estructura dominante constituida por la industria armamentística, el poder financiero, la industria farmacológica, los sectores energético y tecnológico de mayor desarrollo. A su vez, estas súper corporaciones promueven e impulsan con decisión las usinas del pensamiento imperial, los así llamados think tanks, verdaderos gabinetes estratégicos cuya tarea intelectual consiste, principalmente, en planificar la dominación del planeta a 50 años y la disputa mundial con China.
Este objetivo dominante tiene como primer espada a EE.UU., que cuenta con tres herramientas clave para manipular y someter: Google, la CIA y el Departamento de Estado. El objetivo de toda esta estructura de poder supone reforzar y consolidar aún más la alianza de EE. UU. con Europa y el alineamiento incondicional de Latinoamérica (su patio trasero) como bloque geopolítico adicional.
Ese alineamiento se desarrolla a través de “golpes blandos”, como el que le hicieron a Fernando Lugo en Paraguay o a Dilma Rousseff en Brasil. El golpe blando está precedido por una serie de acciones antigubernamentales acompañadas ostensiblemente por los medios de comunicación hegemónicos. La oposición va escalando su movilización callejera hasta exacerbar la confrontación, que da paso a la acción policial, como ocurrió en Brasil, en Bolivia y, hace apenas unos días, en la provincia de Buenos Aires.
Quien piense que la asonada policial respondió a un mero reclamo salarial equivoca el análisis, al igual que aquellos que suponen que tuvo una génesis aldeana. También se erra al suponer que esto puede provenir de una solitaria hechura local. Esto está dirigido desde los superpoderes antes mencionados, fundamentado por los think tanks, acompañado e impulsado por sus socios locales —Héctor Magnetto, Lilita Carrió, Alfredo Cornejo, el brazo corporativo AEA— y ejecutado por la Bonaerense en su condición de mano de obra necesaria.
Las distintas operaciones políticas y mediáticas tratan de mostrar un gobierno débil, sin iniciativa y enredado en su inoperancia. Y esto ocurre justo cuando nuestro gobierno toca apenas sus intereses: por ejemplo, mediante el proyecto de ley de un impuesto solidario (por única vez) a la riqueza o mediante el DNU que establece como públicos los servicios de telefonía fija y móvil, Internet y televisión por cable, y que además congela sus tarifas junto con las de las empresas privadas que proveen gas y electricidad a la población.
Esto no lo pueden dejar pasar, porque para esos sectores privilegiados dichas medidas sientan un precedente que les resulta ideológica y materialmente inadmisible.
La alineación de Latinoamérica a los mandatos de los superpoderes imperiales impone a los gobiernos de la región un comportamiento afín a los intereses del capitalismo concentrado. Cualquier desvío quedará en manos de sus socios locales, lo que supone generar el conflicto corrector que muestre la endeblez de un gobierno que no se somete a su arbitrio o a sus mandatos. Esta necesidad de hacer ver débil a quien gobierna es la prosecución hacia un ESTADO FALLIDO. A través de la prensa del sistema, exponen a estos gobiernos ante la mirada del mundo entero, como lo hacen con Venezuela —ESTADO FALLIDO— o con Bolivia —ESTADO FALLIDO— y como pretenden hacerlo con nuestro país, contando con el apoyo de la derecha apátrida y hasta con la complicidad, también, de un sector de la clase media permeado por el neoliberalismo.
El Movimiento Peronista, en su carácter de actor principal y vertebrador del frente nacional y popular, debe estar atento, organizado y vigilante ante el avance de los traidores a la patria y de todos aquellos cipayos que siempre fueron fieles a los intereses foráneos.
Convencidos del rol histórico que debemos cumplir, es que estamos de pie para comenzar la larga pero segura marcha junto al pueblo, luchando sin pausa para conseguir esa patria justa, libre y soberana que tanto merecemos.