Por Eduardo Felipe Luis Vallese
Militante peronista, metalúrgico, Felipe Vallese tenía 22 años cuando lo secuestraron, en agosto de 1962, durante la presidencia de José María Guido. Lealtad, compromiso y convicción de uno de los primeros desaparecidos en la historia argentina
Delegado de la UOM e integrante de la Resistencia Peronista, Felipe Vallese fue cofundador —junto con 40 compañeros— de la Juventud Peronista en 1957. Y fue, además, padre de un hijo.
Nació el 14 de abril de 1940, en el barrio de Flores, en el seno de una familia humilde. Su padre era comerciante verdulero y su madre, ama de casa. Felipe era el segundo de cinco hermanos.
Como luchador justicialista, puso todo su compromiso, responsabilidad y compañerismo al servicio de sus compañeros de fábrica y de militancia, sin que eso le impidiera dedicarse a su hijo de corta edad.
Cumplía con su horario laboral y también con su mandato como delegado, transmitiendo las distintas reglamentaciones a sus compañeros. Durante el día desempeñaba su rol de militante, llevando de fábrica en fabrica la palabra del peronismo y una bajada de línea para determinar los próximos pasos a seguir frente a la situación socio-económica de la época. Una época en que las movilizaciones de distintos bandos políticos y agrupaciones confundían al movimiento trabajador peronista. Jóvenes y no tan jóvenes, mezclados entre distintas corrientes, estaban completamente sin rumbo, envueltos en una confusión generalizada.
Felipe lidiaba más con los debates entre jóvenes que con el trabajo de su fábrica, pero con contenido político y gremial les hacía ver a sus pares la verdadera situación por la que estaban pasando y de esta manera lograba que fueran cada vez más los compañeros convencidos del camino que había que seguir transitando, que era el PERONISMO.
También se ocupaba de dar apoyo a compañeros de otros sindicatos, como el de la carne, cuyo actor principal fue el compañero Sebastián Borro, que luchó a brazo partido contra el gobierno de Frondizi. Allí estaba Felipe, junto al pueblo, codo con codo, peleando por una causa justa, noble y digna: impedir que el gobierno privatizara el frigorífico Lisandro de la Torre, donde trabajaban 9.000 obreros y obreras que participaron de la toma del establecimiento en 1959. A raíz de la represión desmedida del Gobierno, que recurrió a la fuerza militar y usó incluso tanques de guerra, Felipe terminó detenido por disturbios y desorden en la vía pública.
Una vez de regreso a sus tareas en la fábrica, la patronal intentó sobornarlo en dos oportunidades para que desistiera de sus gestiones y actividades como delegado en favor de los trabajadores. Felipe rechazó rotundamente esa actitud y reunió a sus compañeros para informarles lo sucedido. A modo de protesta contra la patronal, les planteó una estrategia con la que estuvieron totalmente de acuerdo: volver a la normalidad y continuar trabajando como si nada hubiese pasado, pero con una salvedad: ahora iban a redoblar el esfuerzo, desafiando cualquier represalia, convencidos de que nada les iba a suceder ya que a ningún trabajador se lo castiga ni suspende por trabajar más horas y aumentar la producción. Así fue cómo se incrementaron las horas extras junto con las básicas.
Eran tiempos difíciles, de persecución a peronistas, comunistas y socialistas, de reuniones clandestinas en las que se buscaban diversas estrategias para enfrentar, primero, al gobierno militar y luego al de Frondizi, que había traicionado a los trabajadores y había incumplido sus promesas de campaña. No solo por privatizar el frigorífico, sino también porque determinó la persecución al peronismo con el Decreto 4161, aprobó y ejecutó el represivo Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado) y porque tanto su política petrolera como educativa tuvieron picos de altísima conflictividad con manifestaciones y provocaron huelgas del movimiento obrero y estudiantil. Todas estas acciones atravesaban la vida de Felipe.
Incansable, con un gran compromiso sobre sus espaldas, a sus 18 años también era padre de un varoncito al que cuidaba con devoción y orgullo. Adonde fuera llevaba a esa criatura, que años más tarde iba a sufrir el secuestro y la desaparición física de su padre.
En su corta vida de tan solo 22 años, Felipe marcó a fuego en el corazón de cada militante peronista (y no peronista) la militancia, el compromiso, el trabajo, la lucha, los ideales, la humildad y, por sobre todas esas virtudes, LA LEALTAD. Este fue FELIPE VALLESE, el compañero de todos, el delegado de todos, mi viejo.