GLOBALIZACIÓN O DESGLOBALIZACIÓN: UNA MIRADA DESDE LAS ELECCIONES DE ESTADOS UNIDOS

Por Matías Slodky

No quedan dudas de que el evento electivo en los Estados Unidos de América ocurrido el pasado 3 de noviembre ha dado que hablar en varias partes del mundo, siendo un tema recurrente en los diarios y los medios de comunicación. La intención de este breve artículo será enumerar los hechos y conjeturas que se puedan materializar y los escenarios que se abren a partir de los resultados finales.

No obstante, es de vital importancia remarcar la situación tanto histórica como internacional que emplean de contexto, para entender el trasfondo de la coyuntura del sistema internacional y la propia situación política en Estados Unidos, proceso que se encuentra de lleno en una gran crisis política, de la cual Trump es una expresión absoluta, siendo un outsider del sistema partidario estadounidense.

En este sentido, siguiendo el escenario global podemos auspiciar nuevos rumbos y tendencias que corresponden a un proceso que lleva años desarrollándose, como lo es la gestación y crisis del orden del modelo neoliberal. Podemos identificar su consolidación y hegemonía a nivel internacional durante el consenso de Washington en 1992, mas no así el surgimiento en el ámbito económico y su proceso de acumulación del capital, originado a inicios de la década del ‘70 con la caída del acuerdo de post guerra —Bretton Woods—, donde uno de los instrumentos para la transición de un modelo de acumulación al nuevo modelo neoliberal fue, precisamente, el reciclaje de los petrodólares —recordando la crisis del petróleo durante esos años— depositados en los grandes bancos globales para utilizarlos vía préstamos a los países del tercer mundo, con el consiguiente incremento de la tasa de ganancia, al mismo tiempo que se produce un cambio de paradigma tecnológico.

Este proceso, no solo consolidó un plan o recomendación económica como al principio se estimaba, sino que representó y encarnó una estructura u orden internacional, sustentado y validado por el tipo de Estado Neoliberal dentro del marco de las democracias liberales de baja intensidad. A su vez, recalcando un orden financiero a través de la globalización que permitió generar un modelo de acumulación matriculado en las finanzas, la deslocalización productiva, fiel a una minoría global, prodigando a su paso un gran daño en los distintos sectores de la sociedad y en las identidades colectivas, generando respuestas de diversa índole, que permiten diagramar un periodo de desglobalización, en conjunto con un cuestionamiento de este modelo.

Ahora bien, la tendencia referida a la crisis de la hegemonía norteamericana como mandamás del orden neoliberal ha entrado en una inexorable crisis. Donde las ganancias obtenidas por el establishment financiero norteamericano han fundado una gigante contracara, que es el ascenso, hasta la fecha, de China como otro beneficiario de la globalización. China ha utilizado su mano de obra barata, a comparación de Occidente, convirtiéndose rápidamente en la fabrica del mundo, impulsando cada vez más sectores estratégicos como la industria pesada, la tecnología y ciencia, elementos que Occidente, y en particular Estados Unidos, ha perdido de forma acelerada en los últimos años.

En este marco, China se ha convertido en baluarte del desarrollo económico y tecnológico, desplazando a EEUU en pedidos de patentes y exportación de industria compleja en los últimos dos años. Basta solo con observar su participación en el PBI global durante la década del ‘90, que representaba apenas el 2%, y compararla con su participación al día de la fecha, con crecimiento a tasas sorprendentes, que roza casi un 20%; mientras que Estados Unidos se ha mantenido estancado, incluso teniendo que enfrentar crisis sistémicas por la aplicación de su propio modelo, como la del 2000 y la más profunda —quitando la actual por el COVID-19—: la crisis financiera del 2008.

Sin dudas, la conducción estatal centralizada por parte de China le ha otorgado una gran ventaja frente a la inestabilidad de las democracias liberales, la cual es la capacidad de planificar a largo plazo. Como ha sido la innovación, el desarrollo, la consolidación de alianzas estratégicas, que le han permitido el avance material y el salto competitivo. Por si fuera poco, China ha desplazado la hegemonía norteamericana en Asia a través del programa lanzado en 2013, que incluye la ruta de la ceda y un gran desarrollo militar —multiplicando su presupuesto militar por 10 en la última década—; en pocas palabras, desplazando a los Estados Unidos en dos de los ejes que constituían los fundamentos del poderío norteamericano.

Aún queda el tercero, que es la hegemonía del dólar, proceso que China está dispuesto a disputar con el lanzamiento del Petro Yuan, su propia moneda virtual, y hacer del Yuan una moneda de reserva de valor a nivel global, donde ya juega su rol de gran acreedor mundial, combinado con sus trillonarias reservas, de las cuales más de un billón son en bonos del tesoro americano. Finalmente, también ha promocionado jugosos swaps con países en vías de desarrollo.

En el caso particular de Estados Unidos, fiel representación del mundo occidental en general, la globalización ha disipado una pérdida de poder que han sufrido los trabajadores frente al mundo financiero, tanto en materia de derechos laborales —representación sindical, salario, estabilidad laboral— como en la implementación tecnológica, reemplazando la mano de obra por la robotización del proceso productivo, lo que explica que sean el sector que más ha sufrido la globalización dentro de los Estados Unidos, al mismo tiempo que una minoría global se beneficiaba. Esto es verificable en la enorme cantidad de industrias que han cerrado sus puertas en el famoso cinturón de “óxido” estadounidense y en el retroceso de la clase media norteamericana en las últimas décadas.

Estos acontecimientos, producto del orden neoliberal, han desatado una crisis en la democracia liberal dentro de EEUU. Una crisis de legitimidad y representación, consecuencia de la destrucción y debilitamiento del Estado a lo largo de las distintas administraciones que han impulsado este orden global.

Esta ha sido la principal variable de la llegada de Donald Trump a la presidencia en 2016, representando a los sectores medios y trabajadores americanos, principalmente del interior del país, los cuales personifican a los grandes perdedores del modelo neoliberal. Por lo tanto, no es casual su llegada al poder ni su discursiva a la hora de hacer política ni sus decisiones en el ámbito político y económico.

Trump ha incursionado de forma notoria en la vida política estadounidense, siendo un fiel arquetipo del americano individualista, nacionalista y excluyente. Colocando en su dialéctica “America First”, “Make America Great Again”, culpando a la globalización de los problemas de Estados Unidos y del ascenso de China, como también a la política económica multilateral, sustentada en el libre comercio. En esta lógica, sus primeras decisiones han sido sacar a Estados Unidos de los acuerdos de libre comercio como el transatlántico, el transpacífico y Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

Por otra parte, Trump ha cuestionado los tratados militares y energéticos firmados hasta la fecha como también a las organizaciones defensoras de la globalización como el tratado de París, la OMC, o incluso la OMS.

A este plano ha llevado la confrontación entre su país y China, en todos los terrenos y niveles —el comercial, el tecnológico, el diplomático—; es decir, en la justificación del orden hasta la fecha con el fin de recuperar los perjurios generados en las últimas décadas a EEUU. Este proceso ostentó incluso signos de recuperación económica, empujando a China a maniobras de defensa y de ralentización de su crecimiento. Sin embargo, la crisis del COVID-19 muestra un cambio de rumbo en el intento norteamericano, ya que China promete seguir creciendo económicamente, mientras EEUU ha entrado en una crisis muy profunda, reluciendo la capacidad estratégica a largo plazo de China para aguardar y adaptarse a la realidad.

Pese a esto, las elecciones de Estados Unidos han puesto en disputa el escenario internacional, ya que la posible derrota de Trump ha arrojado algunas certezas muy notorias, como ha sido el desentendimiento del establishment norteamericano en su conjunto (financiero y productivo) hacia su figura, como también los medios de comunicación en su conjunto censurando su discurso y dando como ganador al candidato demócrata Joseph Biden.

Biden es el claro ejemplo de los ganadores del sistema de la globalización neoliberal, siendo un enriquecido, tanto el cómo su familia, con los negocios financieros y empresariales en el gigante asiático, como también uno de los hacedores de la continuidad en el tiempo de este orden cuando ocupó el rol de vicepresidente de la administración Obama. No es casual su contrariedad a la política tomada por Trump, como tampoco lo es el modelo de estadounidense que lo ha votado, habitante de las costas americanas con una perspectiva liberal progresista, permeable a la globalización.

Lo cierto es que la crisis política actual ha arrojado una clara división dentro del sistema político americano, enhebrada entre otras cosas por el discurso trumpista que profundiza las identidades y clivajes dentro de la sociedad americana, fiel a la discursiva de un nacionalismo o populismo que enaltece la polarización y la identificación de un enemigo para posicionarse. A su vez, los dos modelos de país en pugna prometen entorpecer el camino de un gobierno de “unidad” propuesto por Biden.

Finalmente, con la relación a nuestra región, el escenario internacional aislacionista de Trump promete una continuidad en el tiempo, dando la posibilidad de una regionalización de Estados Unidos para resguardar su influencia en la zona latinoamericana, evitando así la disputa del escenario internacional, recordando que desde 1823 EEUU, a través de la doctrina Monroe, ha considero a nuestra región como su área natural de influencia, proceso que ha descuidado a la hora de disputar el escenario internacional en la anterior década. En otras palabras, ante la pérdida de espacios a nivel global, Estados Unidos ejerció una presión e intervención más fuerte en nuestra región, como se ha visto desde la crisis del 2008 hacia la fecha, proceso que seguirá teniendo continuidad.

Las cartas aún no están echadas definidamente, es notorio cómo las grandes potencias han evitado reconocer a Biden hasta la fecha, a pesar de que las probabilidades que ejerza el poder a partir de enero son altas, intuyendo una vuelta al orden globalizador ejercido por el gobierno demócrata, pero en un contexto donde su sistema está en ebullición, altamente cuestionado y con una gran polarización, donde los discursos de “la falsa unidad” se encuentran erosionados, ya que detrás de ellos, como se ha demostrado, se encuentran los intereses de una minoría global, dejando la puerta abierta, en un futuro, a más personajes como Trump a cuestionar el sistema instaurado.